domingo, 27 de marzo de 2011

¿Sos feliz?




¿Sos feliz?

Infinidad de veces me han hecho esa pregunta y siempre me acuerdo de una respuesta que me dieron en un taller de creatividad: “siento, entonces soy feliz", no me parece que sea así, sentir angustia, ansiedad y miedo no es ser feliz. Creo que la felicidad consiste en la búsqueda siempre de un mejor estado. Darnos cuenta que tenemos la libertad de elegir y corrernos de lugares, que por conocidos, resultan cómodos pero que en realidad es el miedo el que nos mantiene en ellos, son lugares infelices que no nos dejan jugarnos con valentía para hacer cambios, nos ponemos excusas y nos quedamos quietitos en una seguridad aparente en el que uno se acomoda, se acostumbra e inmoviliza: Con el tiempo la sonrisa va desapareciendo, la risa se hace cada vez más escasa, los años pasan y nos vamos poniendo amargos y pesimistas aunque intentemos no serlo, nos enojamos por temas varios sin darnos cuenta que nuestro enojo es por otra cosa. Para ser feliz en todo caso, primero hay que reconocer nuestra infelicidad, hacerla nuestra y sin excusas aceptar que está ahí y no resignarnos. “Solo hay momentos de felicidad” decimos también, pero entre momento y momento ¿qué nos pasa?

Leí sobre “los dolores resignados” que son aquellos dolores que tenemos como inamovibles, los que creemos tercamente que no se pueden modificar y los aceptamos con resignación. La vida es una sola, no hay otra, al menos eso creo yo, creer que hay otra también nos instala muchas veces a no decidir, jugarnos y hacer cambios, “total si en esta vida no soy feliz lo seré en la próxima” ¿Y si no hay próxima? ¿Y si nos perdemos de esta?

Uno de los dolores resignados más comunes, que fue el mío durante muchos años, es el de las relaciones, sobre todo de pareja, nos instalamos en lo cotidiano aunque sea pesado, duro e infeliz, aceptamos y nos decimos “hubo buenos momentos y pesan más que los malos”, hubo, ¿cuánto hace? ¿Vale la pena mantenernos por esos buenos momentos? Ver pasar la vida y sacrificar otras posibilidades que están fuera de nuestra puerta de entrada, porque nos olvidamos que también es nuestra puerta de salida; mirar sin ver a la persona que está al lado y sentir que estamos ahí porque ya no podemos volver a elegir y si llegamos hasta acá… entonces tratamos de rescatar un sentimiento que ya no existe, estuvo, pero ya no está y añoramos el amor como si ya no fuera para nosotros por temor a quedarnos solos, sin ver que ya lo estamos. Esto es un atentado certero a la felicidad.

Con nuestros padres mantenemos reproches, broncas sin perdonarlos, el perdonar a nuestros padres es un camino largo y doloroso, pero es un camino necesario. Algún día, nuestros hijos tendrán que perdonarnos también, pero lo más importante es que nos perdonemos a nosotros mismos por los errores cometidos.

Otro es el trabajo, ¿cuantas veces no nos animamos a cambiar? “porque tenemos un sueldo seguro” decimos, y todos los días nos levantamos sin ganas, con los pies tan pesados que nos cuesta caminar, los días pasan uno tras otro y con el tiempo ya ni nos preguntamos por las cosas que nos hacían reír y nos generaban esas cosquillas en la panza por los nuevos proyectos. No nos damos cuenta que tenemos la libertad de elegir a tomar otros caminos todos los días de nuestra existencia.

Por suerte, muchos de nosotros una mañana nos levantamos y decidimos jugarnos por otras posibilidades, por volver a enamorarnos aunque tengamos que dejar con dolor lo anterior, apostar a nuevas cosas, darnos tiempo para disfrutar sin culpa y corrernos de un lugar espeso y pesado, preguntarnos ¿por qué no? y empezar a generar otras energías; entonces la vida cambia poco a poco y no entendemos como pudimos vivir lo otro, lo anterior que, por suerte, ya es viejo y estamos, estoy acá, pensando cada mañana que me deparará la vida hoy porque, pese a nuestros planes cotidianos, ella es impredecible y el jugarse a vivirlacon sus grises, que los hay, se acerca mucho a la felicidad.

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